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lunes, 2 de enero de 2012

“Agua de plata”, carta desde Baba Amro a su hijo Ussama

Texto original: Al-Hayat
Autor: Ussama Muhammad
Fecha: 01/01/2012



“Buenos días, hevalo (amigo en kurdo).

Es muy tarde (son las dos de la mañana), espero que no estés dormido porque tengo una historia, o tal vez una mera hoja de otoño, que quiero contarte antes de acostarme. ¿Estás preparado para oír una historia que hable de tanto dolor? ¿Te gusta que te cuenten historias antes de dormir?

Solo mi respiración jadeante tras la cámara, sobre la que yo hacía el papel de un caballero kurdo, temblando de miedo como una hoja ante lo que me sobrevino mientras grababa escenas de “Homs-Baba Amro”. Los dedos me temblaban como si todos los hormigueros del mundo habitaran en su interior. Solo él, solo el hielo sobre la punta de mis dedos lo sabe.

Yo soy de un pueblo que conoce bien la injusticia, se trata del pueblo kurdo, la agonía de Dios en la tierra y el más bello parto en el cielo. Y yo, en tu nombre, querido pueblo, he querido dibujar, a partir de un rezo, una imagen de esta gran revolución. La imagen de la ciudad de hombres, árboles y piedra llamada Homs.

Después de un mes intentando asegurarme de que podría contar con un cámara especializado, me di cuenta de que no lo lograría y decidí que sería yo quien se encargaría.

La cámara es el arma del crimen. Tuve que recorrer casi 500 kilómetros para introducirla de contrabando por… y traerla hasta Homs, donde la trasladaba escondida de un lugar a otro muerta de miedo cada vez que veía a los soldados apostados ante las puertas de los edificios en que dormía la cámara. Entonces la cambiaba de escondite y así sucesivas veces hasta que se despertó en  Baba Amro, donde encontré el gran muro de humo blanco que dio comienzo a mi misión.

Recogí y ordené todo como si no fuera a regresar, lo único que no pude ordenar fueron las lágrimas sobre el rostro de mi madre. Con la agitación de un niño pequeño, esparcí y desordené todos los sentidos y las ideas, hasta que el umbral de la puerta me gritó; “No salgas”.

Esta es Homs. Todo te hace llorar si vas a traspasar el umbral, el umbral de la puerta, el umbral del alma o el umbral del sueño, porque el francotirador no ha dejado ojos para tus lágrimas al otro lado de la puerta que el primer ataque arrancó.

No recuerdo cómo ni cuánto camino recorrimos, ni quién ni cómo nos interceptó hasta que me encontré detrás de la vil barrera dentro de Baba Amro, casi liberada. Tenía que comenzar inmediatamente y sin vacilación y, puesto que a cada minuto podía apagarse el sueño, el sueño se templó. Guardé mi feminidad en mi bolsillo para una temporada indefinida.

Todos eran sombras que se oponían al poder de la injusticia. No eran meros hombres y jóvenes, así que metí en mi bolsillo mi feminidad, me escondí bajo una sombra como la suya y me eché a andar. Después recorrí una calle, una acera y un barrio, todos abandonados, y un edificio con el que los bombardeos se habían saciado, pero no la astucia de sus tiradores.

Entre mi miedo y el poderío del sueño, se me heló la sangre en las venas mientras subía el muro para llegar a un agujero que estaba en lo alto que me protegería de los francotiradores mientras grababa el tanque que no dejaba lugar a la reconciliación ni la paz. Entre la imagen del tanque desde su agujero en el muro y los gritos de los jóvenes que me acompañaban “Vuelveeeeeeeeeeee” y el ruido de las balas, solo hay distancias recorridas entre jadeos y escenas en que la muerte se reencarna en la vida.

Las arenas del desierto, en sus bolsas, se llevaron la primera bala por mí. Mi pecho se convirtió en un tubo de ensayo de mi grupo sanguíneo, ajeno al ser humano. Y mientras, yo imaginaba que nos caería encima el diluvio de todas esas bombas.

No volví hasta que hube grabado el edificio reducido a cenizas. Pobre de quien vuelva y no encuentre aquello que le trajo hacia tal muerte. ¿Acaso toda esa destrucción estaba allí esperándome para que derramara todo mi miedo sobre los puestos de los francotiradores que custodian lo que han destruido?

Sembraba las preguntas entre los escombros por los que iba caminando por si alguna respuesta florecía allí. La noche no me dejó más que aquellos cuerpos acurrucados entre sí como gatos y un niño entre ellos que no había disfrutado del placer de dormir durante nueve meses. Me miró a los ojos y dijo: “No tengo miedo a las balas, no tengo miedo a los soldados”. No era un niño envuelvo en lágrimas, sino un niño envuelto en piñones.

Por los lugares más recónditos del corazón y la noche, rodaban miles de gemidos desde la puerta de la habitación, gemidos que rogaban por su familia, de la que cada uno de ellos era el único superviviente. La oscuridad de Homs, las chispas de su rencor, y las paredes de un frío que mata… ¡Oh, el frío de Homs! Tal vez me dormí por un instante.

Volví en mí para completar al alba lo que había empezado la noche anterior. El desierto huyó hacia la cámara y el sol derramo su luz sobre los niños que sembraban las piedras de las casas derruidas unas sobre otras. Cuando tartamudeas ocultando tu confusión al preguntar “¿Qué plantáis?”, les molesta tu debilidad: “Construimos nuestra casa”. Los niños de Baba Amro son montañas de arterias y restos de carne, repletos de jazmines.

La vida devora las tumbas y el cementerio viste a sus nuevas tumbas vacías. El cementerio salmodia las canciones de sus futuros moradores. En Baba Amro se preparan para la muerte como nosotros nos preparamos para la vida. En ese momento, miles de gemidos se escapan de tu pecho e irrumpen en tu voz muda. El difunto ruiseñor y su aturdida madre, su padre y todos en Baba Amro son víctimas. Te mueves entre víctimas, amigo, no queda nadie vivo aquí.
En la manifestación de la tarde me vi gritando en mi lengua y en la suya, ahogándome por el miedo a la muerte, que se manifestaba en la vida que llevaban dentro.

¿Qué decir? Aquello por lo que se bombardea a esos desertores ya no tiene sentido. Aquí lo dicen todo las voces d las madres que han perdido a sus hijos, los lemas de las paredes, la manifestación del viernes, los eslóganes, los niños, los restos de las plazas y las calles desiertas, las pilas de basura con las que han sido castigados, las tumbas, los árboles y la línea del ferrocarril, que, coqueta, se extiende por Baba Amro.

¿Qué voy a contarte de los niños que me gritan desde el principio de cada calle “¡Kurda!” y se ríen, mientras todas las calles de Homs sonríen por sus pequeñas heridas y se levantan en mil oraciones? Las bombas anulan la manifestación de la tarde, mientras ellos sueñan con ser pájaros y manifestarse en el cielo.

¿Cómo, dónde y cuánto me quedé? No lo sé. Aquí en Baba Amro, todas las lenguas y las reglas se precipitan desde tu ser y te conviertes en su hijo “Amro” [1].

En tu sangre bostezan sus víctimas, sales por la mañana y tienes cuidado, como se te pide, de que no te vean, y ellas corren más rápido que tú para que cruces la barrera sana y salva. Te ves fuera de sus límites y tu corazón se queda suspendido en su mañana. ¿Cómo es posible que me encuentre ahora fuera del barrio y no llore?

Entonces comienza de nuevo el fatigante camino de 500 kilómetros para llevar de nuevo lo que he grabado a un lugar seguro. Vuelves sin volver.
Ahora con mi voz, en un escenario muy básico para una película muy básica, te quiero decir:

Desde debajo de los montones de escombros de Homs, te deseo una feliz tarde. Hoy ha terminado la película y ha comenzado la expectación. No tengo miedo de lo que pueda pasar. Las almas de los que se fueron,  mi hermano detenido, mi primo, mi vecino y los mil libres cuyas almas están sufriendo ahora, ninguno de ellos serán más valiosos que mi alma. Moriré libre, como he vivido, amigo… No huiré. Vivo entre Damasco y Amuda (Homs). Soy kurda. Mi nombre kurdo Simaf me gusta y significa “agua de plata”. Te mando mi alma amigo porque sé que lo que hay en ella, te importa.

En medio de tantas espinas, ¿recuerdas a “Hanzala el homsi”[2] que te escribió una vez? Se trata de otro personaje que inventé para que fuera hijo del dolor de Homs, igual que inventé “Naji el kurdo” [3]. Cuando escribo en su nombre lloro... También están el tío Abu Dababa [4], el tío Abu Qasifa [5] y el tío Sobh [6].

La película está a salvo, fuera de las fronteras. Te ruego que la veas pronto, muy pronto. El estreno is coming soon, como suelen decir”.

Ussama: ¿Me permites que publique esta carta en Al-Hayat?
Agua de plata: Eres libre de hacer lo que quieras con lo que desde ahora te pertenece.

Ussama: Te lo agradezco con amor y te deseo una larga vida.

Agua de plata: Y para ti, amigo, todo lo que puedas tener de lo que queda.

Homs ocupada, 25/12/2011

(Carta de “Agua de plata”, una cineasta siria a Ussama Muhammad, cineasta sirio).

[1] Baba Amro significa “padre de Amro”.
[2] Hanzala es el dibujo de un niño creado por el caricaturista palestino asesinado en Londres durante la guerra del Líbano, Naji al-Ali. Según decía, Hanzala, que siempre aparecía de espaldas, solo se daría la vuelta cuando Palestina fuera libre.
[3] Véase la nota 2.
[4] Literalmente, “padre del tanque”.
[5] Literalmente, “padre del proyectil”.
[6] Literalmente, “tío de la mañana”.

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