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viernes, 27 de enero de 2012

Sobre una velada sin barreras

Texto original: Damascus bureau
Autora: Razzan Zaytouna
Fecha: 08/01/2012
"Que Dios maldiga tu alma, Hafez"

La diferencia entre lo que hay antes y después de la barrera puede resumirse en la diferencia que hay entre la Siria pre-revolución y la Siria post-revolución. Antes de la barrera, las distancias están cargadas de miedo y un sentimiento de no pertenencia: la calle en la que pasaste tu infancia no te recuerda, el cruce en el que tuviste tu primera cita romántica lo ocupa un ser armado hasta los dientes y que ha invertido sus juramentos, y las barreras vuelan de un lugar a otro sin que puedas saber nunca dónde van a caer, a veces en el lugar menos esperado. Cruzarlas da una inexplicable sensación de victoria.

Pasada la barrera, en una zona teóricamente liberada está tu casa. Así estaba Zamalke en la concentración del jueves por la tarde: las tiendas de la ciudad habían cerrado sus puertas para cumplir con la huelga y las calles estaban prácticamente vacía, salvando la presencia de algunos jóvenes de temprana edad que “organizaban” el tráfico que había sido cortado con piedras para dejar la plaza libre a los manifestantes.

Eran miembros de la coordinadora de “Los niños son niños aunque trabajen”, que se diferencian de nosotros porque a sus bellos corazones no les afecta el miedo, y por eso insistieron en lanzar fuegos artificiales antes de comenzar la manifestación, haciendo caso omiso de las advertencias de los mayores a quienes les asustaba.

En esas zonas es difícil diferenciar el ruido de los voladores del de los disparos, incluso con los ramos de color que se abren en el cielo y lo llenan de aires de vida, aires que casi habíamos olvidado. La verdad es que los fuegos eran bellísimos y nos hicieron volar con la imaginación por unos minutos, soñando con un día cercano que aún esperamos.

Los pasos que separan el silencio, y los caminos cortados y oscuros de las manifestaciones son prácticamente como hacer un viaje en el tiempo, y lo que sientes solo se asemeja a la sensación de cuando, en los viajes del colegio, entrábamos en Latakia y nos pegábamos al cristal buscando la línea azul dibujarse a lo lejos.

Cuando llegamos, los activistas iban y venían a nuestro alrededor, supervisaban y se encargaban de lo que han preparado previamente. Intercambiaban breves conversaciones entre ellos y con los invitados sobre las últimas novedades, el CNS, al-‘Ar’ur[1], el laicismo y el Ejército Sirio Libre, pero el calor de la conversación no afectaba al intenso frío de una tarde-noche de enero, solo la ceremonia de la manifestación lo conseguía.

En el centro de la plaza, se elevó la voz de Qashush[2] (toda manifestación tiene su Qashush) y la gente repetía unas veces tras él y otras adelantándose a sus palabras, hasta que las voces y los gritos se acabaron mezclando y se vio obligado a cambiar la melodía para volver a coordinar la orquesta. Los bailes que ha inventado la revolución recuerdan a los no tan jóvenes lo que tal vez no quieran recordar tras una breve participación: agacharse y sentarse para volver a levantarse todos juntos como un volcán varias veces seguidas. Y con todo eso, ¿qué es más agradable que bailar al son de “Maldito sea tu espíritu, Hafez” para probar que “no importa la diferencia de edad”?

Las revolucionarias se apoderaron de la parte delantera de la plaza, jóvenes y madres que habían venido con sus hijos de otras partes de Zamalke y Damasco. Una de ellas señaló a una mujer mayor que estaba en la primera fila, diciendo que era la madre de un joven mártir y la mujer a su vez, señaló una gran foto de un joven guapo que llevaba uno de los manifestantes y dijo: “Ese es mi hijo mártir”. La abracé y mis palabras se entrecortaron, me deslicé hasta las filas de atrás mientras una de las jóvenes del Midan daba un discurso y la gente gritaba: Damascena, damascena. ¿Quién dijo que la vuelta a nuestra solidaridad de grupo anterior no es bella en ocasiones? Qué bello es gritar por Damasco y sus muchachas.

Comenzaron a gritarse los lemas y con ellos íbamos recorriendo cada ciudad y región del país, una tras otra, hasta que lo cubrimos de punta a punta. A cada una se le dedicaban una reverencia, un aplauso, una declaración de sacrificio por ella y nuestro amor. Pero cuando llegamos a Dariya lloré hasta que mi voz se congestionó. Echo mucho de menos a Yahya [3]: Yahya y sus amigos no se parecen a nadie a quien haya conocido durante la revolución. Ellos son una revolución en el corazón de la revolución, previa a ella y posterior a ella. Ellos son lo que puedo leer y sentir con claridad en todo momento en medio de las contradicciones que ya no sé cómo comprender. Ellos se parecen a sí mismos todo el tiempo y son quienes dan algo de paz a un corazón cansado de los detalles diarios que no se parecen en nada a ese festival de alegría…

Se terminó la manifestación y la plaza se vació, quedando deprimida y oscura, pero aún dentro de la barrera, una barrera que puede volar en cualquier momento y aterrizar dentro de ella o desmigarse en cientos de soldados y agentes de seguridad que asalten la ciudad y la saqueen y destrocen. Sin embargo, la gente pronto se recompone y vuelve a empezar desde que sintieron por primera vez la diferencia entre vivir antes de la barrera y después de ella y sin ella. Vivan zamalke y Al-Ghutta, vivan…

[1] Polémico sheij contrario al régimen que a michos no convence por sus declaraciones poco democráticas.
[2] Cantante de Hama, que escribió y cantó la canción "Venga, vete, Bashar" y fue asesinado por el régimen que después le cortó la garganta.
[3] Yahya Yarbayi, un activista de Dariya, amigo y compñaero de Ghiath Mátar en su lucha por el pacifismo de la revolución.

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