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miércoles, 14 de marzo de 2012

¿Te ha llegado la noticia de la violación?

Texto original: Facebook

Autor: Ahmad Aba Zayd

Fecha: 08/03/2012



El seno (y no debes sorprenderte por este comienzo porque es algo que existe nos guste o no) era un campo de espigas temerosas. La cintura contaba al atardecer a un poeta con el que soñaba la historia de su poema al que, por mucho que inventara en él diversas metáforas para dar ritmo a las palabras sobre la cintura, nadie vería. La mujer había llorado mucho desde que vio la primera herida en el muslo del hijo de los vecinos e incluso cuando se acostumbró a ver piernas amputadas.

En un cuaderno escondido había muchos recuerdos de su hermano mártir y su prima, que adelgazó extremadamente penando por él, hasta el día en que dijo sus primeros “Dios es grande” en una manifestación, una noche antes de que le llegara una noticia urgente.

Hubo una irrupción, una huida, oscuridad. El suelo tenía una gran cantidad de inspiración escondida. Hubo… Es una palabra que se repite y que sugiere, por su fealdad, los clubes.

La historia no precisa de romanticismos ni predicadores de viernes… Eran cuatro, su madre estaba tirada en un rincón, muerta de miedo. Para curarse en salud y evitar que la vergüenza impidiera el trabajo de “algunos miembros”, acordaron proteger a la patria de uno en uno. El cuerpo deseado era una nube de pánico y la cascada de terror caía en una cuenca escondida. Allí, entre el pecho y el cuello llegó el “roce” del comienzo. El estremecimiento de la lana sobre las manos descubría un escalofrío ahogado provocado por la sorpresa, un escalofrío suspendido en un infierno de destellos de imaginación que había invadido todo hasta el borde de la muerte, excepto un latido que escapaba de la inconsciencia del que espera.

Era un cuerpo que no conocía mano extraña alguna, ni la lógica del estado en su lucha contra el terrorismo. Los dientes de él luchaban en el cuello mientras un río de llanto se colaba entre las mandíbulas temblorosas y el cuerpo dimitía de todas sus actividades excepto del parpadeo. 

Sus manos se extendieron hasta los campos de trigo y los almacenes de uvas exprimidas. La mujer se rompió, los libros se quemaron y huyeron los gatos del hueco de la axila. Los genios hicieron albórbolas por los mordiscos sobre el polvo y las flores se suicidaron sobre los hombros. Años rosados se filtraron por el lado derecho de la cintura y los aviones lanzaron su carga en la boca de la víctima. Las aleyas de la azora de Yassin se escapaban hasta el párrafo más alejado del campo del enfrentamiento[1]. Miles de gritos se derramaban de las espadas, mientras en millones de células brillaba el Dia del Juicio para evadirse del recuerdo y de la física. La guerra y los poemas de los efímeros, las albórbolas de los muertos, todos se separaban del cuerpo huyendo de las uñas de la patria.

Las ropas se abrieron y se hizo el desgarro. Hubo sangre. La madre se fundía en el rincón olvidado.

Contará a sus amigos en una noche de mate a la orilla del mar cómo se retorcía como una gata entre sus manos para engañarlo con su coquetería, disfrutando para que le diera más, la muy pu…

Llego el turno del segundo, que debía proteger a los niños que dormían de las bombas occidentales

Estaba agotada y ensangrentada, tirada sobre las losas que se habían vuelto azules de vergüenza por su debilidad. Cuando llegó el tortazo siguiente se despertó en ella, Ishtar[2], la hija de los bosques y la sacralidad, y explotó la hora de las bofetadas y los colmillos. ¡Era una batalla decidida desde el comienzo! Pero ella llenó su cuello de heridas, ganó durante un segundo, pero después de echó a llorar. La madre se mordía el último dedo que le quedaba derramándose de rabia.

Le contará a la prostituta del casino barato en el que se vende anís como “se lo comió” bien comido debido a su gran deseo. Le dirá, guiñando el ojo: “Como tú harás dentro de poco, adúltera”, imaginándose que gana a una antigua carcoma que lo corroe por dentro.

Llegó el turno del tercero, que debía apoyar a la patria contra la conspiración y el imperialismo. Sonrío porque aún le quedaba una pequeña parte sana… Se conformó con mirar lo que quedaba de blancura en su cuerpo y la hierba que los ojos del lobo habían pasado por alto.

El interior del muslo izquierdo… Y comenzó a jadear.

Estaba borracho, buscando completar la escena solamente. La madre se destrozaba las ropas, una vez destrozadas las mejillas.

Contará a su dirigente con orgullo en su informe sobre la misión cómo gemía de placer y le rogaba –con un gesto en su regazo- que no la dejara desde la primera vez que se acercó.

Llegó el cuarto turno, el turno del que debía proteger a las minorías de los herederos de las víctimas. Vio dos cuerpos totalmente inconscientes, maldijo su suerte y a sus compañeros, intentó disparar al cielo, se masturbó y se marchó. 

Contará a sus hermanos en la lucha, en el enfrentamiento, en la resistencia y en la perseverancia para que no se rían de su desgracia cómo perdió la consciencia de ver “su ingente potencia”.

Un testigo por la tarde dudará antes de asegurar (pedirá perdón previamente por su mentira) cómo el cielo de la ciudad se llenó de los gritos de las vírgenes, provocándole insomnio la pregunta de cómo un único grito podía despertar el deseo de los sementales. 

El padre y los hijos volverán tras dos semanas con la cabeza bien alta por los trofeos conseguidos de entre las municiones de los enemigos. Se quedarán petrificados ante la “desgracia”, bajando sus cabezas para siempre. Los consejos de las jóvenes del barrio se convertirán en un huésped permanente, que las conduzca al muro sobre el que se mantiene su rosa para volver a ser pura tras la abominación. Una flecha llena de celos por el honor humillado de las musulmanas golpeará su túnica dorada y anunciará a los cuatro vientos que acepta incluirla en la familia para lavar la vergüenza. Su hermana pequeña caminará años después sin entender qué sucedió, evitando las miradas amargas en las paredes, y alargando su mano, siempre de forma inconsciente, para tapar lo que hay entre sus piernas y que nadie lo mire…

...

A las revolucionarias, a las que han roto miles de cadenas dobles para llenar la vida que nace, para llenarla, para que tuviéramos y tengamos sentido tras décadas yermas. A la joven que no pudo soportar cómo golpeaban a un niño en el mercado y fue golpeada y detenida. A la señora que atacaba a las fuerzas de seguridad en el Hawran cada vez que detenían a un joven ante ella y les quitaba sus fusiles. A la novia que tiene miedo por el que ha desaparecido. A la madre que regaló a sus hijos a los funerales para que llenaran el hueco de la emisión en directo. A las coordinadoras de mujeres libres, a los ángeles del secreto, a quien no conocían las pantallas, los consejos ni las virtudes del Facebook y se dedicaron a tejer la memoria de un pueblo herido que decidió recuperar el aire tras años de podredumbre de los cargadores, A Ubeir al-Hamadi[3], que desnudó con su sentada miles de bigotes, A Suheir al-Atassi, Razzan Zaytouna, Jawla Duniya, Samar Yazbek[4] y todas las que se apostaron frente al ídolo del fuego.…

A toda mujer que lloró, que tembló, que parpadeó, que gritó, que dijo que Dios es grande, que se manifestó a escondidas de su madre, que hizo una cacerolada, que curó a los heridos, que enterró calabacines para soportar el bloqueo, que escribió lo que susurró su hermana la ciudad, que fue golpeada, que fue electrocutada, que acabó ensangrentada, cuya cintura sufrió las varas de los servicios de seguridad, que gritó, que se unió a la revolución, que fue una patria, que fabricó el tiempo, que fue secuestrada, que fue violada… Todas ellas merecen una ovación. Y que vaya al infierno eterno la falsa virilidad en los carnés de identidad de los que tiemblan con la voz de la vida, hija de la fiesta, libertad.

[1] Azora del Corán que sirve para protegerse.
[2] Diosa del amor y la guerra en Babilonia.
[3]Activista de Raqq que denunció sola en la calle lo que sucedía en Baba Amro.
[4]Conocidas activistas y escritoras sirias.

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