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lunes, 18 de junio de 2012

Los cuerpos de la Siria profunda y los espíritus de la Siria visible


Texto original: Al-Nahar

Autor: Yassin al-Hajj Saleh

Fecha:16/06/2012


Durante más de una generación, Siria ha sido una boca que comía pero no hablaba, como dice un refrán sirio sobre la nuera perfecta a ojos de su suegra. En el “reino del silencio” sirio el ciudadano modelo era la nuera del régimen: comía y se callaba, y si hablaba era para decir algo ya dicho, vacío de significado y de sentimiento personal.

El ideal del ciudadano perfecto era un profesor de colegio del pueblo “Vale”, tal y como lo pintó Omar Amiralay en la película “Diluvio en el país del Baaz”[1]. El profesor es no es más que un mal puesto para decir lo correcto que ha hecho el régimen y difundirlo por el “partido”,  las “organizaciones populares” y los medios de comunicación a “nuestros hermanos los ciudadanos”. Esta única voz elimina la personalidad de quien habla, la tapa y la oscurece. La única voz no despojó a los sirios de sus espíritus propios, sino que los despojó primero de sus cuerpos. “El espíritu es la personalidad del cuerpo” y el sirio medio era un ser sin espíritu porque no tenía un cuerpo propio. No tenía rostro, o tal vez lo tenía dado la vuelta, hacia adentro si ello puede decirse, como si se derritiese dentro de sí mismo. Sus ojos estaban rotos, sin luz, y no miraban al otro directamente, su voz era temblorosa, sin mancillar nada. Su cuerpo entero estaba encogido en sí mismo, como si quisiera utilizar el mínimo posible de espacio. Se alejaba de los espacios de los demás, es decir, todo aquello ajeno a la intimidad.

La revolución ha acabado con el silencio del reino y ha descubierto su velo. Lo que ha aparecido tras el velo de la única voz son muchos cuerpos. Cuerpos de hombre, fundamentalmente, porque era un velo político. Los velos de las mujeres son religiosos más que políticos y por eso su aparición es menor, pero esta ha caminado junto a aquel hacia el espacio público, un espacio liberado gracias a esos audaces pasos. Las mujeres antes no salían al espacio público sirio ni participaban en una tan peligrosa oposición general de la forma en que lo han hecho en la revolución siria.

En los espacios liberados, los cuerpos se reúnen, las voces se elevan, las reacciones se libran de sus grilletes. Al mismo tiempo, se mancilla todo lo sagrado del régimen político con alegría festiva[2]. La sacralidad había simbolizado siempre la confiscación de los cuerpos de los sirios y su dominio. Por ello, la recuperación de los cuerpos está ligada a la destrucción de los iconos del régimen: imágenes y estatuas, de profesión “espantapájaros”, que indican la presencia y la observación absolutas del régimen. Donde no hay iconos, el régimen es blanco de las maldiciones contra los nombres de sus dioses. La revolución es el final del Estado y también de su religión.

Revolucionarios hoy, los sirios utilizan sus cuerpos con profusión en las manifestaciones, lanzan sus voces o sus aplausos al aire y los movimientos de sus manos son independientes de sus cuerpos, expresando la determinación o la intención de entrelazarse con otras manos, como si quisieran ocupar el mayor espacio posible. Las caras intrépidas, los ojos valientes, las miradas directas violan el peligro de la palabra, la prohibición de reunirse y la de la reacción colectiva en el espacio público. Algunos incluso violan el monopolio de las armas del régimen y rompen su dominio de la musculatura y la violencia física. Esto no ha dejado de suceder durante los 14 meses entre los habitantes invisibles de la profunda y velada Siria.

En esta profunda Siria han caído miles de víctimas y decenas de miles de detenidos hoy, más las decenas de miles que una y otra vez fueron detenidos y torturados. Este público es a quien ha descubierto el mundo, pero los sirios lo descubrieron antes que nadie y aprendieron los nombres de sus ciudades, regiones, barrios y pueblos.  Era un pueblo sobre cuyo rostro se había colocado el tupido velo político tejido por el régimen con sus aparatos de seguridad, partidistas y burocráticos, unido a un velo cultural que no era menos tupido donado por los agentes ideológicos del régimen o los intelectuales miembros de su bloque histórico.

Lo cierto es que el uso del cuerpo es una enorme seña distintiva de este tipo “popular” de participación en la revolución y la reacción a ella. Hay otro modelo no corporal, que diferencia al grueso de individuos que están implicados en temas generales de política y cultura: los intelectuales y doctos en los sectores más bajos e intermedios de la clase media, y los escritores, artistas y activistas políticos que encuentran en la publicación en periódicos y en las redes sociales o en la aparición en los medios de comunicación, espacios donde expresarse. Los nuevos medios de comunicación e información han garantizado un espacio razonable a los opositores internos “laicos” desde el inicio de siglo, muchos de los cuales se incluían en la “Siria visible”, aunque fuera como un sector dominado, que ya no conforman agentes de cambio político real en ningún caso. Sin embargo, lo que los ha incluido de facto en la Siria visible ha sido “la insoportable levedad del ser”: se han visto afectados por el hecho de haber perdido los cuerpos durante el último cuarto de siglo. Debido a la larga detención, el avance en la edad y el deterioro de la capacidad de dependencia de sus organizaciones, los antiguos partidos (entre ellos, el que escribe estas líneas) seguían una política sin cuerpo, es decir, en realidad, sin política. Los años pasados de este siglo han sido años de búsqueda de espíritus nacientes en los cuerpos jóvenes adecuados, una búsqueda que ha registrado un claro y repetido fracaso. La causa más probable parece ser la vejez de los espíritus.

Lo que diferencia al tipo de reacción no corporal en la Siria visible es que su trabajo interior es mayor, trabaja mucho para enfrentarse a sus semejantes en la Siria visible, y casi le pasa como al el régimen que no ve la Siria profunda. Durante el gobierno de los Asad, la Siria profunda ha sido velada del espacio público y la oposición ha sido velada de la Siria profunda. La oposición que ya no ve más que al régimen y sus compañeros en la Siria visible ha unido indisolublemente su incapacidad de enfrentarse al régimen con una fuerte insolencia hacia los supuestos colaboradores en la oposición, superando en sinceridad y en lo acalorado del tono a lo más cruel que se pueda decir del régimen. Esta lucha interna hace del escenario del sector dominado en la Siria visible una escena más cercana a la de una guerra civil, sin armas, pero muy perjudicial. En cuando al escenario de la Siria profunda, es el escenario de una revolución contra los señores y “el señor Presidente” concretamente, que se lucha con los cuerpos desarmados o armados. La seña determinante es que quienes se implican en la lucha con sus cuerpos mueren: han muerto alrededor de 12.000 en 14 meses. Los que se mantienen lejos, no mueren, claro, no hay mártires en los partidos tradicionales ni entre los antiguos intelectuales y nuevos. Pero parece que estos vivos son incapaces de infundir vida en nada.

La salida de los opositores tradicionales de la política explica que la revolución estallase en un mundo que no es el suyo y que está lejos de él, y también explica que tan fuertes reacciones de estos espíritus etéreos enfrentados unos con otros. Los cuerpos tienen intereses y pueden llegar a entendimientos políticos, los espíritus tienen principios, los principios no se comprenden, y ninguna política los une. De hecho, parece que la lucha entre los espíritus es suicida, aunque solo unos pocos cuerpos estén armados.

El antagonismo entre la revolución y la oposición tradicional en Siria está arraigado en la separación entre la Siria profunda y la Siria visible. La primera Siria es “materialista”, a pesar de que está formada fundamentalmente por creyentes y religiosos, mientras que la segunda es “idealista”, formada por espíritus y fantasmas que viven secos y atormentados en sus propios mundos, privadas eternamente de su cuerpo.

Entre los sirios existe una especie de dialéctica entre el señor y el esclavo. Los sirios materialistas trabajan para liberar sus almas poniendo en riesgo sus cuerpos, mientras que los idealistas son incapaces de liberarse porque carecen de cuerpos. Mediante la lucha de su cuerpo contra el cuerpo del régimen, la Siria profunda produce significados y valores y crecen en sus cuerpos nuevos espíritus, mientras que los espíritus idealistas de la Siria visible amenazan a los habitantes de otros cuerpos sin éxito.

[1] Una pequeña sinopsis de la película en esta página. La palabra en árabe es "tufan" (la misma utilizada al hablar del Diluvio Universal), de ahí que se haya escogido esta traducción.
[2] Es habitual escuchar cánticos como "Maldita sea tu alma, Hafez (por este burro que nos has dejado)".

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