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domingo, 2 de septiembre de 2012

Carta de un refugiado palestino a un refugiado sirio




Texto original: Middle East Panorama

Autor: Farah Abd Rabbihi[1]

Fecha: 31/08/2012



 
Tal vez tu madre te pierda en los campos “turcos” y será gracioso que un refugiado diga –cuando lo cuente después- que se perdió. El único que conocía su destino es quien se perdió, amigo, y tu destino era simplemente salvarte de la muerte, pero no has muerto a pesar de todo. 

No tengas miedo, porque todo lo que hay en casa, allí, está como debe: los utensilios de cocina, los juegos de los niños, el árbol estéril tras la ventana… Todo se quedará igual, pero desde esta misma mañana debes acostumbrarte a tus nuevas cosas: ahora eres un número en los registros de refugiados, en las noticias y en las reuniones de los comités y esfuerzos de las delegaciones, también en los poemas de los poetas que se beneficiarán de los muertos en las batallas más de lo que lo hacen los trabajadores de los cementerios.

La primera noche, la tienda resultará incómoda. Después, tras un año, se volverá acogedora como un pariente, pero cuídate de no enamorarte de ella como hicimos nosotros. No te alegres si ves que te construyen un centro de salud o una escuela primaria… No es en absoluto una noticia para alegrarse. No te impliques en reclamaciones estúpidas como que construyan viviendas sencillas en vez de levantar tiendas, o que os equipen con canalizaciones de agua o tendidos eléctricos. Ello significa que has comenzado a convivir, y ello supone el asesinato del refugiado y también su tumba.

No entrenes a tus hijos en la paciencia, la paciencia es el truco del impotente y el pretexto de quien ha renunciado (a su causa): el refugiado muere si no mira dos veces hacia atrás en un único segundo. No eres hijo de “allí”, recuérdalo siempre, tienes un “aquí” bello al que no se debe traicionar. No te acuestes ni una sola noche sin repetirle a tus hijos sus bondades y léeles cómo murió la gente, cómo fueron sacrificados en las pantallas de televisión porque no aplaudieron el discurso y diles que duermes entre árboles desconocidos porque no quisiste que un mismo “león”[2] te mordiera dos veces.

Todos te venderán entre ellos, esa es la afición de los políticos. Llegarán personas solidarias de todas partes y te convetirás en su lema electoral. Se acercarán a través de ti a Dios y la gente tendrá más interés en tu pérdida en Ramadán, las fiestas y las ocasiones religiosas. Algunos harán fotos a tus hijos agotados y hambrientos y de tu esposa durmiendo ahora a la sombra, para que sean candidata a un premio fotográfico internacional.

Aprenderás nuevas lenguas y nuevos sentimientos, establecerás una relación ambigua con el exilio, y tal vez en una noche te digas que no le falta nada para que te valga como patria… Pero rápidamente te darás cuenta: los árboles aquí no tienen el verdor que deberían y la sal no es salada, y los que murieron no me perdonarán. Y volverás a mirar hacia atrás dos veces.

Entonces, tu hijo –que se ha hecho hombre sin que te des cuenta- se presentará para cargar con tu memoria y soportar tu sueño, que ha deslomado tu espalda. Tal vez, amigo mío, todo te parezca complicado de primeras, pero está claro: Tú estás “allí” porque el “aquí” esta indispuesto. Tu ausencia puede prolongarse dos noches, pero no estás en un camino para buscar una nueva identidad ni pensarás de ningún modo en que el tendido eléctrico llegue a tu tienda. Ese es nuestro pecado, cuando dijimos: “La tienda es estrecha y necesitamos otras dos”.

Escúchame, porque tengo 63 años de experiencia más que tú en esta “profesión”: no hagas fotos de recuerdo con los embajadores de las buenas intenciones ni te quejes del calor que hace o de la arena que tiene el pan. Cuídate de exigir una tienda mejor, no hay una tienda mejor que otra.

[1]Escrita a colación de la creación del campamento de Al-Zaatari en Jordania para los refugiados sirios.
[2] "Asad" significa "león".

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