Blog dedicado a publicar traducciones al español de textos, vídeos e imágenes en árabe sobre la revolución siria.

El objetivo es dar a conocer al público hispanohablante al menos una parte del tan abundante material publicado en prensa y redes sociales sobre lo que actualmente acontece en Siria. Por lo tanto, se acepta y agradece enormemente la difusión y uso de su contenido siempre y cuando se cite la fuente.

martes, 23 de diciembre de 2014

Los fundamentalismos y los valores morales



Texto original: Al-Quds al-Arabi
 
Autor: Elías Khoury

Fecha: 22/12/2014




El 29 de junio (de 2014) se anunció el nacimiento del Estado Islámico, y se rindió pleitesía a Abu Bakr al-Bagdadi, como primer califa de los musulmanes tras la desaparición del califato Otomano el 29 de octubre de 1923. El nuevo Califa, inauguró su era con un célebre discurso en la mezquita Nur al-Din al-Zangui de Mosul en que comenzaron a perfilarse los rasgos del nuevo Estado, que recuperaba “un legado” resucitado de entre los escombros de la historia y que nos ha devuelto a los días del cautiverio, la crucifixión y la decapitación, donde la sangre se mezcla con la jurisprudencia del matrimonio y el concubinato, y donde dominan nuevas costumbres, como la prohibición de fumar o la lapidación de adúlteras.

El Estado Islámico apenas tiene seis meses, pero nos parece que existe desde hace mucho. Es una de las pocas veces en que el tiempo de detiene y reduce su velocidad hasta el punto de desvanecerse. Y es así donde reside el atractivo del Estado de Al-Bagdadi: se trata de un Estado capaz de surcar el tiempo hasta el punto de que el pasado se convierte en presente, un presente que recupera un pasado que no pasa.

El Estado de Al-Bagdadi se enmarca en un contexto de expansión torrencial del fundamentalismo que comenzó con la guerra de los muyahidines afganos y su aliado estadounidense contra la ocupación soviética. Un fundamentalismo que llegó a uno de sus cúlmenes con la revolución iraní de Jomeini antes de asesinar los levantamientos populares árabes y vaciarlos de su sentido, para convertirse con sus dos ramas suní y chií en un instrumento de guerra abierta entre esos dos grupos, una guerra que aún está en sus terribles inicios.

Pero, ¿de dónde viene esa ‘magia’ que se inició con la conocida imagen de Osama Bin Laden sobre su caballo después de la matanza de las torres del World Trade Center en Nueva York, y que terminó con la imagen de Abu Bakr dando un discurso en el mihrab de la mezquita, con un reloj de Rolex? ¿Qué relación hay entre el caballo y los aviones que provocaron el derrumbe de las dos torres estadounidenses, y entre el Rolex y la imagen de la esclavización de las mujeres yazidíes?

En la compleja relación entre el caballo y los aviones, o entre los beduinos y la tecnología, se esconde solo la mitad de la historia, la historia del salto a un tiempo posmoderno, un tiempo en que se destruyen lo valores y los significados, y donde la tecnología moderna se convierte en un mero instrumento vacío de significados. En este sentido, podemos entender la serie de imágenes hollywoodienses de las películas propagandísticas que emite el Estado Islámico en el tiempo de la “administración del salvajismo” que están instaurando según los principios de Abu Bakr al-Nayi [1]. O también podemos entender esta obsesión sexual que mezcla la violencia de la decapitación y el derramamiento de sangre con la violencia de la violación, el cautiverio y la esclavitud femenina, como si estuviéramos ante una película pornográfica que cambia el desnudo por el niqab, y da rienda suelta a la obsesión sexual en medio de la violencia.

La destrucción de los significados es resultado del desplome del Estado civil que el despotismo convirtió en un Estado salvaje, como resultado de un neoliberalismo descontrolado que destruyó las clases medias y empobreció a la sociedad. Ello hizo que el nuevo conjunto de valores que domina en esta terrible y salvaje situación sea el recurso a una explicación más retrógrada de la religión, que mezcla a Ibn Taymiyya con un wahabismo renovado, bajo el manto del Califa, la otra cara del despotismo.

La otra mitad de la historia es la total decadencia del Estado securitario, al haber eliminado el Estado despótico los valores éticos y sociales en el festival de locura colectiva iniciado con el delirio de Gaddafi al declararse escritor y filósofo, pasando por la fuerza y crueldad dementes de Saddam -que además publicó novelas-, hasta desembocar en la obsesión asadiana con las estatuas del dictador que permanecerá “más allá de la eternidad”. Esto ha venido acompañado de la libertad de la que gozan las bandas relacionadas con el poder, carentes de escrúpulos morales, y que hacen que la ley pierda todo su sentido: las cárceles se han convertido en cementerios, y la sociedad en su conjunto ha sido violada: hombres y mujeres. Un vacío ético, y un empobrecimiento total que empujaron a los sirios y las sirias al inicio de su revolución a elevar el lema “Soy un ser humano, no un animal”.

Los nuevos fundamentalismos han llegado en la era de la posmodernidad y han vuelto a instaurar el vacío y el empobrecimiento en la forma de una hegemonía religiosa erigida sobre la idea de la erradicación total, pero que se enmarca en un imaginario que supone la resurrección del pasado de su largo letargo, considerando que las sociedades árabes son sociedades descreídas o herejes.

Cuando unimos ambas mitades de la historia, comenzamos a comprender esta trayectoria de decadencia absoluta que vive el Levante árabe hoy en la oscuridad de esta noche que solo ilumina un leve halo de luz tunecino, que ojalá no se apague, para que los árabes no se ahoguen en la oscuridad más absoluta. Pero el unir ambas mitades no exime a las élites culturales árabes de su responsabilidad en esta decadencia. Es cierto que la máquina de represión despótica ha golpeado a la sociedad civil sin piedad, y que ha logrado, por medio de la conjunción del despotismo y los petrodólares, dominar el ámbito mediático, antes de alargar su dominio hoy sobre el ámbito cultural. No obstante, también es cierto que las élites árabes, especialmente las de izquierdas y las democráticas, no han sido conscientes de la magnitud del peligro de esta etapa y no han podido desarrollar nuevos valores sociales, políticos y éticos.

Qué ingenua parece hoy la ola literaria que pretendía difundir la literatura de lo obsceno y el retorno al legado pornográfico árabe, insistiendo en la “ideología del cuerpo”, y a defender un erotismo tradicional, sin horizonte alguno de pensamiento o moralidad. Qué ingenuos parecen también los apresurados intentos de arraigar las artes visuales, cuyo objetivo era deslumbrar al público y a uno mismo. Al-Bagdadi ha traído en un único molde la violencia, el sexo y la religión, y los vídeos de asesinatos, decapitaciones, cautiverio y destrucción se parecen hoy a una serie de televisión que atemoriza y deslumbra, ofreciendo un aumento espiritual de los instintos.

La pregunta que me atormenta es cómo la gente puede soportar esta realidad que les ha sobrevenido. Algo increíble pero cierto: una vida insoportable que se soporta, y una humillación sin clemencia que se aguanta. Eso es lo que sucede cuando la historia se vuelve contra los pueblos y se ríe de ellos, pues la realidad es un monstruo que necesita quien lo eduque, porque si no, acaba con nosotros. Hoy nos acecha, y debemos despertar del letargo  del miedo y la impotencia, antes de que nos acostumbremos a esta oscuridad. 

[1] Véase este artículo para comprender el significado de esta expresión.

martes, 9 de diciembre de 2014

La especificidad de la causa de los cuatro secuestrados de Douma

Texto original: Al-Quds al-Arabi

Autor: Yassin Al-Haj Saleh

Fecha: 03/12/2014




Los activistas y aquellos preocupados por lo que sucede en Siria tienen ciertas reservas en torno al interés particular que han suscitado los cuatro secuestrados de Douma: Samira Al-Jalil, Razan Zaytouneh, Wa’el Hammada y Nazem Hamadi. Puede que se pregunten: “¿Por qué no hay tanta preocupación por otros detenidos, ya sea en manos del régimen, de Daesh o de quien sea?”. Zahran Alloush, el primer sospechoso de haber cometido este crimen dio su opinión sobre el asunto, preguntándose por la razón de lo que a él le parecía una preocupación hiperbólica por Razan Zaytouneh, obviando a Samira, Wa’el y Nazem, que fueron secuestrados con ella, y sugiriendo que era necesario preocuparse por las “mujeres de los musulmanes” detenidas por el régimen. Sin embargo, en contra de tal opinión, creo que la cuestión no ha recibido el interés que merecía, especialmente en el nivel político. Si no hubiera sido por los seres queridos y amigos de los detenidos, estos habrían caído en el abismo del olvido.

No sorprende que los amigos de Samira, Razan, Wa’el y Nazem sean personas que trabajan en el ámbito público, capaces de mantener un amplio interés relativo por su causa. Esto se debe a que estas dos mujeres y hombres estaban en el núcleo de la actividad pública democrática desde el inicio del presente siglo, y Samira en concreto desde los años ochenta del siglo pasado. Es bien conocido además que fue detenida entre 1987 y 1991 por su actividad en una organización de izquierdas opositora. Y ahí radica el elemento principal de esta cuestión: los cuatro eran opositores conocidos del régimen asadiano desde muchos años antes del inicio de la revolución, y no se trata de personas cuyas historia de lucha haya comenzado con ella. Los cuatro han dejado registro de una acción pública fructífera, organizada en torno a una visión intachable ética y política previa.

En segundo lugar, los cuatro llegaron a una “zona liberada” porque el régimen los buscaba y con la esperanza de retomar su actividad pública en condiciones más favorables y libres. Siempre insistieron en integrarse en el entorno local y buscar en él compañeros (de misión), y eso fue lo que hicieron desde que la primera de ellos, Razan, llegó a Al-Ghoutta, la última semana de abril de 2013. Su idea de acción pública es la de trabajar con la gente, toda la gente, y no solo dedicarse a la alta política de los estados, como aquellos que viven en las estrellas. A pesar de que ninguno sentía que iba a un lugar extraño en el que necesitaran una protección especial, el vademécum de la hospitalidad, por no decir los principios más básicos de la revolución, exigían que se protegiera a dos mujeres y dos hombres que llegaron a la zona perseguidos por el régimen.

En tercer lugar, los secuestradores no son el régimen asadiano ni Daesh, sino fuerzas locales de Douma, en concreto una fuerza llamada Ejército del islam, que también tiene peso en otras zonas de Siria, además de tener representación de algún tipo en la Coalición Nacional, pues está considerado como una fuerza revolucionaria. El crimen lo cometió una formación que se supone que está interesada en primera y última instancia en enfrentarse al régimen y proteger a los ciudadanos de este, y que extrae su legitimidad de este deber concreto y de nada más. Ello presupone algún tipo de ayuda material y política en nombre de la revolución y a cuenta de la misma.

El régimen trabaja para destruir la revolución, su causa y toda nuestra sociedad, y no ha dejado de bombardear Douma y Al-Ghoutta oriental. Por tanto, sus crímenes no nos sorprenden. Daesh es una formación criminal que no esconde su enemistad con la revolución, los activistas civiles y lo que estos representan. Pero quien ha cometido este crimen ha sido una formación militar religiosa que espera, junto con muchos otros, que no la critiquemos porque se enfrenta al régimen asadiano agresor. ¿Cómo se come eso?

¿Cómo se calla uno ante tal atrocidad con el pretexto del enfrentamiento con el régimen? ¿Acaso quien comete un crimen como este está de veras interesado y preocupado por la lucha contra el régimen a favor de la vida y la libertad de los sirios? Si hay quien cree que el ejército de Zahran está de veras comprometido con la revolución, o que al menos es fiel en su lucha por “liberar las ciudades del tirano” (según respondió el portavoz del Ejército del islam a una acusación directa del escritor de estas líneas poco después del secuestro), que le presione para que libere a los secuestrados, y no mine su fama con prácticas asadiano-daeshíes contra activistas desarmados; y que diga a los secuestradores que enfrentarse al agresor asadiano no supone dedicarse a secuestrar a la gente, encarcelarla y eliminar cualquier dato sobre ellos.

Por nuestra parte, no creemos que sea posible que un verdugo sea un liberador, y quien quiera pruebas que busque en la historia del régimen asadiano, verdugo del pueblo sirio solo preocupado por su autoridad, hecho que le llevó a vigilar las fronteras con el territorio sirio que ocupan los israelíes para proteger a Israel y su mantenimiento. ¿Podemos ser portadores de la misma causa que quien secuestró a los cuatro activistas? Su crimen no solo lo impide, sino que, más bien, nos dice que nos consideran enemigos.

Y aquí radica la cuarta razón de la especificidad de esta cuestión y la necesidad de que se le dedique más interés y no menos. Ellos cuatro nos representan, representan a la revolución siria con sus valores liberadores, no como una lucha por el poder. Representan la política desde abajo, con la gente, y no desde arriba. Representan la ampliación de horizontes de pensamiento, y de horizontes políticos y éticos, no su estrechamiento o la cerrazón de las almas. Representan lo público y patriótico en nuestra revolución y la elevación por encima de los lazos sectarios, no el aferramiento a ellos y la lucha en su nombre.

No fueron secuestrados y ocultados por infringir una ley conocida, sino porque representan un modelo diferente de pensamiento, política y valores. Así, la insistencia en que se les dedique más atención y en que se ejerzan presiones simbólicas, políticas y legales sobre los secuestradores supone una autodefensa, tan legal como lo era la autodefensa armada contra la máquina de muerte del régimen.

No hay lógica ni principio justo que permita a nadie dedicar menos interés al destino de las y los secuestrados. Por el contrario, se pide un interés general mayor por todos los secuestrados, detenidos y desaparecidos, y que no se deje a sus familias solas. El ideal al que aspirar es que todos los secuestrados y detenidos obtengan el grado de atención general que aquel que tenga más eco.

Lo que pedimos y esperamos que otros pidan, como organizadores de la campaña de solidaridad con los cuatro detenidos y de presión a los delincuentes, es que se mantenga la unión entre la cuestión de los cuatro secuestrados de Douma y los detenidos y encarcelados por el criminal asadiano, y entre los secuestrados y desaparecidos a manos de Daesh. Pedimos que se ponga de manifiesto la unidad del sufrimiento a manos de los tres agresores, y la unidad del significado de la acción por la libertad de todos ellos y la libertad y dignidad de todos los sirios. ¿No es esa nuestra causa? ¿No fueron la libertad y la dignidad las que hicieron estallar la revolución?