Blog dedicado a publicar traducciones al español de textos, vídeos e imágenes en árabe sobre la revolución siria.

El objetivo es dar a conocer al público hispanohablante al menos una parte del tan abundante material publicado en prensa y redes sociales sobre lo que actualmente acontece en Siria. Por lo tanto, se acepta y agradece enormemente la difusión y uso de su contenido siempre y cuando se cite la fuente.

martes, 6 de enero de 2015

La gente debe morir



Texto original: Orient

Autora: Dima Wannous

Fecha: 05/01/2015



Hussam conducía su coche rápidamente hacia el hospital de campaña de Ayn Turma. A su lado, su amigo llevaba en brazos a una niña de apenas año y medio. La habían encontrado a la entrada de un edificio. Su madre estaba tendida en el suelo y la abrazaba con sus manos. La madre tenía los ojos cerrados. Husam le cogió la mano y y empezó a buscar como loco la venas azules que sobresalían de sus delgadas muñecas. Buscaba con los dedos cualquier atisbo de pulso, sin éxito. La madre se había asfixiado, sola, tirada a los pies del edificio, abrazando a su hija que apenas podía mantener su pesada respiración silbante. 

Mientras conducía su coche para salvar a la niña, comenzaron a nublársele los ojos y la cabeza comenzó a pesarle sobre los hombros y a dolerle. “Sentía que me colaba por el ojo de una aguja”. Eso es lo que dijo Hussam cuando sintió cómo sus pupilas se estrechaban hasta parecerle ojos de agujas. Después la memoria se le paró y se quedó suspendida en ese pequeño agujero. Termina la historia tomando prestada la memoria de su amigo y lo que le contó de aquel día. Hussam bajó del coche y empezó a tambalearse, errante, con la cabeza girando sobre sus hombros como si se tratara de una pelota sobre una superficie inclinada, luchando contra la gravedad. Entonces empezó a vomitar sangre. Su amigo lo llevó al hospital, junto con la niña, que seguía con ellos. Los dejó allí para que los trataran. Le inyectaron atropina y recuperó la memoria que había quedado cubierta por la penumbra. En la sala del hospital vio una pila de cadáveres tapados con telas blancas. Formaban un montón. Hussam insiste en esa palabra -montón, pila-, para que mi mente, virgen de ese tipo de imágenes, lo entienda y lo crea. Era una pila de cadáveres cubiertos de blanco. Esos cadáveres, unos instantes antes, habían sido cuerpos que, tras su costillas, llevaban almas vivas y corazones latentes, una historia, una memoria y unos sueños. Y ahí estaban, tirados, dejando que el vació penetrara en sus adentros.

La pupila comenzó a dilatarse, a dilatarse y a inundarse, como si no pudiera absorber todo lo que sucedía. La respiración se hacía más difícil, y en la cavidad torácica, los movimientos eran atropellados, ahogados, y la respiración pesada. Los dientes castañeaban y todo el cuerpo temblaba, incluso el intestino se había convertido en un ser independiente del cuerpo. “Mi tripa, mi intestino, mi hígado y mis riñones saltaban: todas las partes de mi cuerpo estaban inquietas”.

Hussam volvió a casa. El alba se colaba entre los restos de la oscuridad, pero no una oscuridad cualquiera. Tenía un color diferente, un tono morado. Hussam dice que el color morado que salía de los misiles era más intenso que el color de la oscuridad más profunda, como si se extendiera por una hoja blanca, clara, limpia, sin polvo. Se desnudó por completo y su madre tiró toda la ropa, como si se librara de los restos de las sustancias químicas, o mejor dicho, como si estuviera desprendiéndose del recuerdo de ese día. Hussam se tumbó en el sofá del salón, cerca de la ventana de vidrio cerrada a cal y canto. Temblaba bajo la pesada manta en un caluroso día de agosto. El silbido de un proyectil de mortero tembló en el cielo. Hussam, como la mayoría de habitantes de la zona revolucionaria, podía distinguir los sonidos de los misiles y proyectiles. Su silbido era incisivo, se acercaba poco a poco, y él se quedó petrificado. El ruido terminó en el edificio de enfrente. La ventana junto a la que estaba se rompió por la onda expansiva: el ruido tiene una inmensa capacidad de destrucción. Su padre lo llevó de nuevo al hospital, esta vez para cerrar la profunda herida abierta en su brazo izquierdo. Los aviones del régimen habían comenzado a bombardear Ayn Turma para evitar que la gente se llevara a los heridos al hospital, que se salvaran unos a otros. La gente debía morir, inmediata o lentamente. Y quien se hubiera salvado del ataque químico, moriría bajo las bombas. Un gas químico pesado, más pesado que el aire, así lo describía Hussam. La gente comenzó a correr de forma instintiva a los pisos más altos, por miedo a respirar el gas que bajaba lentamente, como copos de nieve morados. 

Hoy Hussam está en Beirut. Huyó con toda su familia. Todos se han convertido en uno tras la revolución: o nos quedamos todos o nos marchamos todos. La vida carece de valor, y el ser humano también. “Marcharse no es fácil. Supone arrancar el alma de la patria. Aunque esa patria nos humillara, seguía siendo nuestra patria”, dice Hussam. Hussam cuenta cómo logró un sobresaliente en bachillerato y cómo su madre sufrió una desilusión cuando no quiso estudiar Medicina, a pesar de merecerlo. No le gusta el interior del cuerpo y la sangre le marea. No sabía que tendría que ver y examinar el cuerpo por dentro sin querer hacerlo, ni haber estudiado Medicina. Corrió tras sus aspiraciones y escogió Informática. No durmió por la noche, como los niños cuando se preparan para un viaje al día siguiente. No durmió en toda la noche esperando la mañana. Se vistió rápidamente y fue a la universidad para asistir a la primera clase. En la puerta, un agente de seguridad lo paró y le pidió que se identificara. Vio que era de Al-Ghoutta, tal y como decía su documento de identidad. Ese documento se convirtió en su destino: el ser humano o el ciudadano se evapora y se convierte, con toda su energía, memoria, cuerpo, espíritu y mente en una palabra, una o dos meras palabras que lo definen, indican su adscripción y su destino. El agente lo echó de la universidad gritando que no volviera. La gente de Al-Ghoutta no fue creada para aprender en la universidad, sino para ser bombardeados con armas químicas.

domingo, 4 de enero de 2015

La historia de Sarut: el portero que pasó a jugar de delantero

Texto original: All4Syria

Autor: Maher Sharaf al-Din

Fecha: 30/12/2014

A falta aún de una confirmación, lo rumores apuntan a que Abdel-Basit Sarut, que a su salida de Homs prometía volver de la mano de Daesh a recuperarla, pero que fue un icono revolucionario hasta prácticamente entonces, cantando en las manifestaciones, resistiendo en Baba Amro y gritando contra Asad junto a la actriz Fadua Suleimán, se habría unido a Daesh. En cualquier caso, el texto reproducido a continuación es, sin duda, uno de los más sencillos para comprender su transformación.





La historia de Sarut es la historia de la revolución siria en sí misma. Sarut se mantuvo en el pacifismo mientras la revolución fue pacífica, tomó las armas cuando la revolución lo hizo, y se sintió abandonado cuando la revolución tuvo ese mismo sentimiento. Sarut no está libre de crítica, pero a fin de cuentas se trata de un joven normal y corriente, de origen beduino, que no había leído suficientes libros para entender la crítica de quienes le daban lecciones desde el confort de sus sofás, ataviados con sus pijamas.

La historia de Sarut es la historia de esta revolución, carente de intelectuales en un país descrito como el país de los intelectuales. Sarut fue vapuleado cuando se vio obligado a salir de Homs, y también cuando quiso volver (por la única puerta que aún veía posible franquear).

No justifico que Sarut se haya unido a Daesh, ni lo defiendo, sino que defiendo esta revolución apuñalada por el costado, el pecho y la garganta. Las lágrimas en los ojos de Sarut le impidieron ver más allá, y por eso buscó su camino dejándose llevar por las emociones. Sarut sintió frío, ese frío que las estufas de diesel no pueden sacar del alma: el frío de la esperanza. Sarut no encontró otro regazo más acogedor que el de la humillación helada que llamamos regazo de la patria. Lo rechazó y escogió un “nuestro regazo” mucho más gélido, cuya forma es el extremismo, pero cuyo contenido es la falta de horizontes.

Frente a la crueldad de este mundo, ¿qué iba a hacer el portero, viendo cómo los balones inundaban su portería? ¿Qué iba a hacer cuando la mayoría de sus compañeros habían sido asesinados? Dejó la portería para jugar de delantero. Puede parecer algo demente para quien no ha jugado nunca como portero, y un suicidio para quien no haya entendido que perder supone la derrota final. El público en las gradas hervía, pero la historia nunca se ha escrito en las gradas, sino en el centro del campo.

Hace tiempo que gritamos lo siguiente: ¡No dejéis que los sirios abran su horizonte cerrado por medio de una operación suicida! Nadie nos hizo caso, y he aquí a los sirios portando cinturones explosivos para abrir el horizonte cerrado por la fuerza.